Otra noche más, sola como siempre. No me molesta la
soledad, de hecho, se ha convertido mi amiga y compañera durante muchos años. Pero
en las noches frías de diciembre, mi deseo por sentir el calor de un cuerpo
varonil acrecienta. No me quejo, he decidido vivir la vida al máximo y
disfrutar de los placeres de la vida por mí misma. Pero hay algo que no puede
ser remplazado, ni con dinero ni materia.
Cubro mi delgado cuerpo con una manta gruesa. Me gusta
dormir con la ventana abierta y sentir la brisa. Ruedo un par de veces hasta
olvidar cuando me quedé dormida. Y es ahí, en la profundidad de los sueños,
donde puedo ser libre para sentir el placer que he necesitado. Mi cuerpo se
remueve entre las sabanas, y me despierto al sentir unas manos grandes y duras
sobre mis hombros. Me tocan con delicadeza, contrastando su áspera piel con el
suave vaivén de sus dedos sobre mi piel.
No apetezco abrir mis ojos. Si es un sueño lo voy a
vivir a plenitud, dejando que mi mente juegue conmigo. Las manos del intruso
bajan por mis pechos, tan solo rozando mis pezones sutilmente. De alguna forma,
él sabe muy bien lo que me gusta. Siento la piel erizarse cuando continua su
viaje hasta mi vientre. Se detiene, y comienzo a sentir su respiración sobre mi
cuello. No pronuncia palabra alguna, pero sé que me desea, lo puedo sentir en
su agitada respiración. Una de sus manos decide separar la manta que me cubre,
muy lentamente, permitiendo acoplarme a la temperatura exterior. Siento el aire
algo frío, pero el calor que emana del cuerpo del desconocido me abriga. Sus manos
deciden juntarse para bailar sobre mi vientre. Continua su camino sobre la
montaña, para luego, con un dedo, ir en picada hasta la superficie de mi cueva.
Me siento tan excitada, que mis piernas las separo, deseando recibir mucho más
de aquel hombre. De mi boca comienzan a salir gemidos, bajos y finos para lo
que en realidad se merece.
Él sabe como complacerme. Estoy toda mojada para él,
deseando recibir su más grande regalo mientras siento mi cavidad abrirse a los
intrusos dedos que sumerge con destreza en mi interior. Mi mente se sofoca,
levanto mis caderas un poco para pedirle más. Necesito la liberación. Con un ágil
movimiento se coloca sobre mi cuerpo.
- No
abras tus ojos.
Su profunda y gruesa voz me hace obedecer sin
vacilar. Mi corazón late fuerte y a estas alturas ardo en mi cama. Escucho un
quejido rasgado de mi amante nocturno, y con sagrada devoción su empuñadura
penetra en mi interior hasta arrancarme todo el aire de mis pulmones. Se abre
paso con tanta precisión, clavo mis uñas a su espalda mientras resisto a su
fuerte intrusión. Grito de placer, y mi voz se convierte en su acicate de ebullición.
Puedo sentir como me desea, puedo saborear en mi boca sus besos apasionados,
deseando absorber cada gota de mi cuerpo. Ya no hay espacio para el tiempo, ni
siquiera pienso en la ventana abierta. Estoy entregada al más vivo de los
deseos, al placer más sublime que existe.
Su miembro sale y entra sensual y decidido. Mi amante
no se detiene de embestirme hasta no sentir como comienzo a contraerme. Y cuando
estoy llegando a la cúspide de mi éxtasis, me aprieta fuerte contra su pecho
mientras logro explotar en un magistral orgasmo junto a él.
Me parece que hasta el aire se ha detenido. Su pesado
cuerpo se sostiene sobre sus brazos. Y con un casto beso en mis labios me
susurra “volveré” al oído. Baja de mi cama antes solitaria, pero ahora testigo
de mi lujuria. Abro mis ojos para ver el rostro del amante que me ha llevado al
tope del placer, pero solo alcanzo a ver el destello de su cabello entre la
oscuridad de la noche. Parece que me sonríe, pero solo fue algo pasajero antes
de ver como desaparece brincando por la ventana. Recuesto mi cabeza en la
almohada y suspiro una vez más antes de quedarme dormida otra vez.
Pero algo me inquieta y giro mi cabeza hasta la
mesita de noche. Y para mi sorpresa, una nota escrita a lápiz, de caligrafía
imponente brilla por los escasos rayos de luna que entran por la ventana.
“Espérame en las
madrugadas, hermosa.
Yo complaceré tus
deseos.”